Vivo en un mundo maravilloso, sorprendente y acogedor, en el que mi hija me sonríe y me lanza sus brazos alrededor del cuello cuando llego a casa llenándome de besos, y en el que mi hijo me cuenta sus descubrimientos del día con total fascinación, buscando todo el tiempo el juego divertido y creativo. Un mundo dónde existe la amabilidad entre los seres humanos, el cuidado de unos hacia otros, el cariño en las palabras y en las acciones cotidianas, la solidaridad con las necesidades del prójimo y el compromiso de innumerables iniciativas sociales…
También vivo en un mundo miserable, injusto y violento, en el que hay dureza, competencia y egoísmo. Dónde los hombres nos estafamos y abusamos unos de los otros, dónde nos comunicamos con rudeza y nos tratamos agresivamente. Un mundo que desprecia la vida, que engaña, que vive con temor, que trata de aislarse del resto construyendo muros o zonas seguras, que explota a la Naturaleza extrayendo sus recursos sin fin, que exprime a otros hombres de mil maneras nuevas y antiguas, que vive con ansiedad y estrés la mayoría del tiempo, que sufre…
Lo tengo todo a mí alrededor. No está lejos, sino cerquita de mí. Incluso dentro de mi…
Tengo la suerte y el inmenso privilegio de poder elegir y enfocarme en el primer mundo descrito, y tratar de no mirar al otro, darle la espalda, marginarlo (aunque me temo sería todo ilusorio, como la supuesta seguridad de una casa lujosa con grandes muros que separan de la carencia, la pobreza y la desesperanza de otros…). Pero no puedo hacerlo. Mi conciencia no me lo permite. ¡Tengo que hacer algo! ¡Tengo que movilizar mis talentos!
Y tiene que ser algo útil, con pleno sentido. Algo que sea realmente transformador y eficaz. Una iniciativa que me permita actuar en el mundo exterior y al mismo tiempo, dentro de mi mismo.
El camino más coherente, con mayor solidez y profundidad que he encontrado en mi búsqueda personal, es el desarrollo de la consciencia. Es el trabajo interior. Es incorporar la trascendencia a mi vida cotidiana y darme cuenta del significado profundo de ser humano.
La experiencia me ha mostrado que realizar un esfuerzo personal de cambio sin incluir a los demás en cierto nivel, es infructuoso. Trabajarse uno sin tener en consideración al otro, es una incoherencia e ignorancia. Y viceversa, volcarse en los demás sin trabajarse interiormente, es una evasión e irresponsabilidad.
Creo que la única forma de salir del sinsentido en el que estamos metidos, de superar la profunda crisis en la que estamos envueltos como sociedad, de trascender la terrible dualidad en la que vivimos, y devolvernos la humanidad que nos corresponde, es aumentar nuestra consciencia individual y colectivamente. Es subir un peldaño más alto, y subirlo juntos.
Esta es una de las razones de ser de la Escuela de Atención, muy personal.
Y hay otras igual de válidas. La visión grupal que tenemos de la escuela es “profundizar en el conocimiento del ser humano”. Es una humilde contribución al desarrollo de la conciencia individual y colectiva.
por Juan R. de Francia, director de Escuela de Atención