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Dónde pones la atención…
Después de más de 30 años jugando con ella, doy fe de que la atención nutre, activa, hace que florezca aquello donde se posa. “Donde pones la atención, esto crece”… ¡Cuantas veces habrá sonado esta frase!
La mente es una gran actriz, capaz de vivir una tragedia griega, un romance hollywoodiano o el vuelo de un abejorro. Si la pones a tu servicio, te va ofrendar un repertorio inacabable de experiencias vibrantes. Entrenada, fluye fácil y ligera allá donde la dirijas. Como la energía sigue el pensamiento, te vas asombrar cómo las cosas aparecen, se hacen y se materializan sin esfuerzo. ¡Parece que la vida se ha puesto de tu lado!
Pero si la dejas sin rumbo, la mente se divide, se distrae, se despista, no llega a ninguna parte, ¡pierde totalmente su función y sólo te da la lata! La mente no fue creada para los devaneos: tiene una función importantísima, que necesita ejercer.
¿Qué haces con tu atención? La dejas saltar como un mono de rama en rama, rebotando y dando vueltas, ¿o la dices donde quieres que vaya? ¿Te obedece o vives tras ella como si fuera un niño desobediente?
¿Qué impide que enfoques tu mente? Ya se sabe: stress, insomnio, ansiedad, obsesiones, apatía, pensamientos dando vueltas… Luego, las compulsiones con las que tratamos de huir de la horrible sensación de angustia: fumar, compras o comida compulsivas, alcohol, drogas, noches en vela con el ordenador… Y finalmente, culpa, malestar, tristeza, depresión. Algunos huyen hacia fuera, otros huyen hacia dentro. Da igual, hay desinterés por lo importante: uno mismo.
Dirige tu atención…
Para salir de ahí, se necesita dedicación y decisión. Métodos hay muchos. Eso sí: todos basados en el buen uso de la atención. Si te centras en problemas, van a aparecer por todos lados. Si te centras en soluciones, van a venir solas. Una motivación que dé ilusión, una firmeza de intención y expectativas realistas son los filtros para llegar a una atención sostenida.
Tu cuerpo siempre está ahí como foco, para conseguir que la atención se centre en el aquí y ahora. Sea cual sea tu posición, mientras no levites, tu cuerpo va estar apoyado en algún lugar. Centrada en los puntos de apoyo del cuerpo, pegado al suelo, a la silla o a la cama, la atención se calma, y sientes tu presencia en ti mismo.
Si te distraes, la energía vuelve a la cabeza y con ella la misma intoxicación de siempre: la cháchara mental, el ruido interminable de ideas de un lado y de otro, el inacabable conflicto de opiniones, siempre entre el pasado y el futuro, entre lo bueno y lo malo o las infinitas tareas a acometer.
Por tanto, vuelve la atención al cuerpo. Entonces le sientes ligero, tranquilo. La cabeza se despeja, el corazón se abre. Entras en un espacio leve y fresco, sientes como tu mente tiene una luz pura, sin límites ni barreras.
Eso sí: hace falta entrenar, como un músculo, como aprender a conducir. Volver una y otra vez a los puntos de apoyo de tu cuerpo. Desde ahí es posible crear, hacer del día a día un camino variado, alegre, lúdico. Pasas de ser víctima a ser amigo de lo más poderoso que te ha dado la existencia: tu atención.
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por Marly Kuenerz, psicóloga clínica transpersonal, directora del Máster de Técnicas de Terapia Transpersonal
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