por César R. Espinel, profesor de mitología comparada y simbología religiosa
Máscara chamánica representativa de la muerte (la calavera) y la vida (la corona solar) como un todo diferenciado pero complementario, credo de las tradiciones chamánicas de todo el mundo
“La vida se mantiene en un delicado equilibrio. Como rey, debes entender ese equilibrio y respetar a todas sus criaturas, desde la pequeña hormiga hasta el veloz antílope. (…) Y así, todos estamos conectados en el gran Ciclo de la Vida”. Esto se lo dice Mufasa a su joven hijo Simba en El Rey León. La idea de que el universo es equilibrio aparece ya en la tradición griega, donde el kosmos (“orden”) se mantiene en pugna con el kaos. Y las tradiciones espirituales de todo el mundo han sabido plasmar esta necesidad de equilibrio en sus panteones. Puesto que el sentido religioso nace de la experiencia, es fácil entender por qué nuestros antepasados consideraron el mundo como una realidad de equilibrio: es evidente que somos criaturas duales. Somos varones o mujeres, jóvenes o viejos, vivimos en ciclos de día y noche, tenemos frío y calor… pero al mismo tiempo parece haber un principio que trasciende todo eso y que hace que estos ciclos sean precisamente eso, ciclos. Expresado en lenguaje religioso, existe Dios y existe la Creación. Y entre ambos puntos debe haber un entendimiento, un tercer elemento que permita conciliar los opuestos. Y es de ese tercer punto del que vamos a hablar hoy.
En las religiones abrahámicas este punto de equilibrio entre los opuestos quedó muy claro desde el principio. ¿Cómo conciliar lo Absoluto con lo relativo, el Uno con el Dos, la Unicidad con la Dualidad evidente? Para el judaísmo, YHWH era el Uno. La Creación era el Dos. El tercer elemento fue, por tanto, el hombre. Aquel que fue creado a partir de la tierra (según Bereshit 2) y por tanto es parte de la Creación pero, al mismo tiempo, Dios sopló sobre él su aliento (en hebreo ruach) y le otorgó un alma, de procedencia divina, que fue lo que animó su cuerpo. Por tanto, en el hombre se concilian los dos principios, la tierra y el cielo, lo divino y lo profano. Y él, como mismo representante del equilibrio, también debe estar equilibrado per se. Por eso se le llamó Adam, que significa “hombre” pero en el sentido de “ser humano”, algo parecido a lo que ocurre en griego entre los términos anthropos (ser humano) y aner (varón). En hebreo, “varón” es ish, por lo que Adam era un andrógino, contenía en su esencia los principios masculino y femenino, al varón y a la mujer. Recordemos lo que dice el Corán: “Dios ha creado el mundo en la balanza”.
La representación de Adán como varón en el arte ha servido para difundir la idea de que Dios primero creó al hombre y que la mujer es un producto derivado de éste, algo que tampoco es correcto
Ninguna religión ha revestido de tanta importancia al tercer elemento como el cristianismo: toda su teología se basa en la existencia de un dios que es uno y trino. ¿Cómo explicar esto? Se recurre muy a menudo a la leyenda de San Pancracio y el trébol de tres hojas, pero podemos ponernos un poco más profundos. Puesto que el cristianismo fue una herejía del judaísmo, los libros del Tanaj, en especial la Torá, tienen una importancia capital para esta religión. Y en el libro de Bereshit, que en griego se llamó Génesis, volvemos a leer: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra (pasamos de la unidad a la dualidad), y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo (el kaos de la mitología griega), y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. En este “Espíritu de Dios”, que el cristianismo convirtió en Espíritu Santo, es donde encontramos nuestro tercer elemento, el que aporta el equilibrio a la dualidad creador-creación. Pero no podemos quedarnos solamente en el relato del Génesis, puesto que donde pone más peso el cristianismo es en el Evangelio, la historia de Jesús de Nazaret, el Mesías prometido. ¿Cómo se manifiestan los tres elementos en este nuevo escenario? Todo el cristianismo gira en realidad en torno a la idea de la unción, ya que “Cristo” es el término griego para el hebreo “Mesías”, que no significa otra cosa que “el ungido”. Y en toda unción hay tres elementos: el que unge (Dios Padre), el ungido (Hijo) y el ungüento (Espíritu Santo). He aquí la tríada que aporta el equilibrio de los opuestos.
El bautismo de Jesús es esta unción vista por ojos terrenales. Es en este momento en el que se convierte en Cristo, puesto que el agua del Jordán que el Bautista derrama sobre su cabeza se convierte de inmediato en óleo sagrado ante la presencia del Espíritu Santo
Por su parte, el islam negará rápidamente la necesidad de un tercer elemento que aporte equilibrio, puesto que sostiene que no hay nada que equilibrar, puesto que sólo existe Dios (en árabe Al-lah), y que Dios tiene en sí mismo los principios masculino y femenino de los que emana toda la Creación. Su principio masculino, solar, crea el mundo; mientras que su principio femenino, lunar, lo regenera y nutre. Para el islam 3 es 1, sin distinción. Se trata de una concepción de lo divino muy cercana por un lado al panteísmo y por el otro a las grandes tradiciones orientales, donde el mundo es maya (ilusión) y la multiplicidad que salta ante nuestros ojos es mera apariencia. El saber y aprehender esto ayuda a vivir de acuerdo a este gran principio: “no hay un Él ni un yo, porque Él es yo y yo soy él.”, afirmaba Ibn Arabi. “Nada has perdido, nada busques. Cientos eres, ¡conócete a ti mismo”, decía Farid ud-Din Attar. Lo divino y lo profano es una misma cosa, inmanente y trascendente a la vez. Eso es el equilibrio. Como hemos citado antes: “Dios ha creado el mundo en la balanza”. Para el islam, el hombre es la joya engarzada en el broche del Absoluto.
Aunque la luna y la estrella no es un símbolo original del islam sino que está tomado del Imperio Otomano, explica muy bien el concepto de la divinidad y el hombre: la luna creciente o menguante representa los dos principios de dios, el solar (la parte visible de la luna) y la lunar (su parte invisible), mientras que la estrella de cinco puntas hace referencia tanto a los Cinco Pilares del islam como al Adam Kadmon, el Hombre Perfeccionado, que vive de acuerdo a la voluntad de Dios





Cuando era pequeño me encantaba leer mitología, pero no la consideraba más allá que cuentos e historias antiguos. Pero a medida que fui leyendo mitos de otras culturas y, sobre todo, estableciendo relaciones entre unas y otras (en eso consiste la mitología comparada), me di cuenta de que era mucho más que eso: un río de pensamiento y conocimientos perennes que nuestros antepasados legaron a la posteridad. Por eso, este año en Escuela de Atención voy a desarrollar tres cursos: El relato mitológico de Occidente, El relato mitológico de Oriente (en ambos hablaremos de lo que hemos comentado más arriba y de muchas más cosas) y El Pensamiento Simbólico, y lo vamos a ofrecer tanto en formato presencial como en formato online. Si quieres información sobre alguno de estos cursos puedes visitar nuestra web y enviar un correo electrónico a orientacion@philippusthuban. ¡Te espero!
