La naturaleza de nuestros estados internos es rica y variopinta y a menudo difícil de explicar. Cuántas veces no perdemos la sensación del paso del tiempo porque quedamos ensimismados en un pensamiento, o enredados en una determinada situación emocional que, de forma inexplicable, nos llevó a un recuerdo remoto o a una vivencia extrema o impresionante.
Cuántas veces no nos hemos sentido raros por percibir cosas que no eran tan evidentes para el resto de la gente, intuiciones, premoniciones, visiones o sueños claros y certeros de una realidad que se terminaba plasmando en el mundo humano con inexplicable lujo de detalles.
Cuando alguna de estas situaciones de carácter extraordinario ocurre decimos que se está produciendo un estado disociado de conciencia.
Un ESTADO DISOCIADO DE CONCIENCIA es un estado natural que modifica la percepción habitual que tenemos de las cosas. En la vida humana estamos enchufados a la realidad exterior a través de nuestros sentidos aunque, sin darnos cuenta, el conocimiento de las cosas nos llegue entremezclado con parte de información sensorial y parte de información energética, extra-sensorial, en una especie de continuo inseparable.
El campo de energía que se desprende naturalmente del cuerpo humano actúa como un prolongador de los sentidos, es como una segunda piel que reacciona sensiblemente a los estados de ánimo propios y ajenos, procesando información del medio mucho antes que los sentidos físicos, por ello, cuántas veces un inexplicable escalofrío nos pone en estado de alerta en situaciones aparentemente normales, o repentinamente intuimos que alguien está por llegar o algo va a ocurrir, sin que nadie lo espere, y sin tener razones evidentes para ello.
Lo queramos o no, esos estados diferentes de conciencia se intercalan en el transcurrir natural de nuestra vida cotidiana. Es un hecho que no estamos todo el tiempo perfectamente lúcidos, con la atención sostenida y las emociones organizadas.
Muy al contrario, con cuanta frecuencia se nos va el santo al cielo, o nos sentimos raros, distintos, con el ánimo cambiado y sabiendo que esta situación no la podemos impedir, si acaso bloquear con un alto coste, o generando serias dudas sobre nuestra cordura.
Por eso es importante tener conciencia de que los estados disociados son estados naturales que se pueden comprender y educar desde parámetros perfectamente saludables y de los que podemos extraer un alto rendimiento evolutivo.
Estamos tan aclimatados a ver la vida desde la frontera del cuerpo humano, que terminamos identificando la actividad de la conciencia inmaterial con las funciones que ocurren en el cerebro y en el cuerpo físico, como son: el lenguaje, la memoria, la atención, las emociones y sensaciones, de tal forma que cuando estas funciones se extralimitan, exceden los parámetros sensoriales, nos asustamos, nos sorprendemos, no sabemos incorporarlas a la “normalidad” y muy a menudo la respuesta que les damos es de tipo farmacológico.
A falta de no tener educación para nuestras percepciones, el trastorno mental termina siendo un tipo de respuesta no siempre acertada y un precio muy severo para una naturaleza sensible.
Es común la ocurrencia de fenómenos como clarividencia, clariaudiencia, intuiciones, sincronías, premoniciones, durante los estados disociados de conciencia, solo que, como la persona no está educada para convivir con ese tipo de realidad, su mundo emocional se dispara y el temor está servido. Sin embargo conviene destacar que, si bien los fenómenos se producen porque estamos disociados, no siempre la disociación produce fenómenos.
Conocer y comprender los estados disociados de conciencia en estos momentos de nuestra evolución, es no sólo una necesidad, sino el medio de ampliar conciencia y trascendencia de sí mismo.
La energía que mueve la conciencia es el lenguaje de las dimensiones sutiles, es el medio de conexión con nuestra continuidad evolutiva, el puente de comunicación lúcida con el Universo. La utilización lúcida de nuestras posibilidades energéticas es un acelerador evolutivo.
Cuando empezamos a educar nuestras percepciones y a incorporarlas con naturalidad a nuestra realidad cotidiana experimentamos el beneficio que aportan para ampliar el conocimiento verdadero de las cosas.
Veamos a continuación algunas señales de reconocimiento de un estado disociado:
- Sensación de entorpecimiento físico
- Sensación de alejamiento
- Transferencia de la sensibilidad y del pensamiento
- Sonidos intracraneales, crujidos, estallidos internos
- Sensación de amplitud de proporciones
- Parestesias, percepción de brisas, hormigueo, toques
- Percepción de luces, colores, olores, bruma
- Percepción de música, sonidos, voces
- Silencio absoluto, oscuridad en paz
Por Marly Kuenerz | Psicóloga clínica y psicoterapeuta, con más de 35 años de experiencia.
directora del Máster de Técnicas de Terapia Transpersonal
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